Turismo Aventura en Samoa del Pacifico

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Turismo Aventura Samoa
En uno de los rincones más remotos del planeta, perdidas en la vasta inmensidad del océano Pacífico, se dibujan caprichosas las islas de Samoa independiente. Un país de ensueño, fronterizo con el abismo más insondable y el cielo más prístino que se pueda imaginar.

Turismo Aventura en la imperdible Samoa del Pacifico


Cuando aterrizas en Apia, la escasa capital de Samoa, entras a formar parte, de forma casi inmediata, de su continuo letargo. El ruido del viento y de las olas al chocar con el arrecife es semejante a letanías de un sueño ya pasado que retumban en la mente.

Al recorrer el resto del país, te das cuenta que no es una característica propia de la ciudad, ocurre en todos los rincones de las islas samoanas. Playas olvidadas, suaves como sábanas de terciopelo, palmeras clavadas por los dioses en orden aleatorio, recibiendo un agua azulada y limpia, jirones de nubes matutinas que pronto serán deshilacliadas por el sol... La frágil y breve Samoa es un Estado independiente de la Polinesia, que se disgregó de la parte americana hace poco más de cuarenta años. Sus apenas 160.000 habitantes se reparten mayoritariamente en las dos islas principales: Upolu y Savai'i. Otros islotes minúsculos se extienden a la sombra de éstas, como Manono, Apolima y Aleipata.

Algo de historia de Samoa del Pacifico


Los primeros humanos que llegaron a estas tierras fueron tribus de la cultura Lapita, provenientes de las islas Fiji y de Tonga, hace unos 3.500 años. El contacto con los europeos siempre fue escaso hasta bien en-trado el siglo XTX, momento en el que los misioneros tomaron el relevo de los pocos marineros y convictos que formaban la oonmnidad extranjera. Tradicionalmente, y según las creencias y profecías samoanas, una nueva religión llegaría un día a las islas. Con esta premisa en la mente, los samoanos no dudaron en aceptar el cristianismo como ese nuevo dogma esperado. Aquí tuvieron suerte los soldados de la Biblia.

Todo fue, desde el principio, un paseo para la misión religiosa, por las playas y por las almas de los samoanos. Las riquezas que traían consigo los europeos acabaron de convencer, sin problemas, de que el Dios cristiano era más generoso que los dioses samoanos. El siglo XX aportó las omnipresentes pugnas entre potencias, en este caso americanos, alemanes y neozelandeses, y un devastador brote de gripe que acabó con un cuarto de la población en el año 1919. La historia se repetía una vez más.

Upolu, la isla de Stevenson en Samoa Pacifico


Upolu es una isla que no tiene desperdicio. Entre otras cosas, por lo breve que nos resultará degustarla con esmero. Apia, la capital, es más bien un pueblo grande -tiene unos 40.000 habitantes-. Una localidad de amplias calles y edificios y casas bajas, donde no es difícil encontrar bancos, tiendas, hoteles y restaurantes, al contrario que en el resto del país. El centro de actividad se desarrolla en Beach Road, entre el hotel Aggie Grey y el Flea Market, y en los alrededores de la torre del reloj o el área conocida como Chinatown. No hay que perderse el mercado central, entre las calles Fugalei y Saleufi, un lugar donde encontrar productos frescos muy baratos y artesanía típica del país. En cualquier caso, y para no crear falsas expectativas, Apia no es una ciudad interesante, excepto para los más románticos, para aquellos que gusten de saborear el ambiente a puerto remoto, a mares del sur y a ciudad de paso de aventureros y trotamundos.

A poca distancia de Apia, y en dirección al centro de la isla, sí hay dos lugares que merecen una visita: por un lado, a las faldas del monte Vaea, se encuentra la mansión del escritor Roben, Louis Stevenson, que pasó los últimos años de su vida aquí, lejos de su Escocia natal, y entre cuyas paredes escribió sus últimas obras. La casa es hoy un museo, con mobiliario, objetos y fotografías de la época, piezas que evocan momentos que el propio Stevenson describe en sus obras. Desde el jardín, una pista asciende hasta la cima del monte, donde se halla la tumba de Stevenson y de su mujer. Vale la pena subir aunque sea sólo por las vistas que se obtienen desde allí arriba. El otro lugar que no hay que perderse, al pie de la carretera que cruza la isla, es uno de los siete templos baha'i que existen en el mundo. Entrar en su interior es introducirse en una religión tremendamente curiosa, una mezcla del budismo, cristianismo, islamismo, judaismo e hinduismo. Aunque el edificio, de arquitectura un tanto futurista, desprenda connotaciones sectarias, la filosofía y doctrina de los baha'i tiene una base que merece la pena tener en cuenta: abogan por la unidad y el entendimiento absoluto de la humanidad, de los dioses y de sus profetas.

La costa noreste de Upolu es un tanto abrupta, con playas de piedras volcánicas y salientes escarpados. La vida es lor en un universo azul. En el camino se puede realizar una parada interesante justo en la desembocadura del río Falefa: allí las aguas del río chocan con las del océano y se funden unas con otras, como en un intento de mostrar lo bien que se maneja aquí la naturaleza. Por lo general, en las costas del lado norte de las islas, es difícil encontrar una buena playa donde nadar, pues son abruptas, con enormes olas y corrientes peligrosas; todo lo contrario que en las costas del sur, donde se suceden las playas de arena blanca y aguas de un azul turquesa que invitan a fusionarse con ellas. Un lugar espléndido donde dejar pasar el tiempo es el pueblo de Lalomanu, en el extremo su¬reste de Upolu, y el sitio perfecto para alojarse, en una Jale, a orillas del mar.

Estas cabanas son las construcciones tradicionales de estas islas y consisten en una plataforma de madera levantada alrededor de un metro del suelo, sobre la que se erigen unos postes que soportan un techo de hojas de palmera. El perímetro lo puedes cerrar o no a tu antojo con unas cortinas elaboradas con hojas de pandano, por si refresca al llegar la noche. Los atardeceres aquí son momentos mágicos, no sólo por el juego de luces y las olas rompiendo en el horizonte al chocar con el arrecife, sino porque en ese instante eres de los últimos seres humanos que están presenciando cómo se acaba el día que ha transcurrido en el planela. El resto de la costa sur está salpicado de pequeñas aldeas y playas solitarias donde nadar o simplemente no hacer nada, con aguas tranquilas, cocoteros y Jales donde descansar a la sombra, como la Paradise Beach, en Lefaga, donde se filmó en 1951 la película Return to Paradise Beach.

Más al norte, las aldeas son más numerosas, con iglesias de todas las congregaciones y esti-los arquitectónicos, y gentes de andares parsimoniosos. En todo ese tramo podremos presenciar, a modo de escenario, cómo los pescadores venden las capturas del día -peces de arrecife de todos los colores, mariscos, serpientes mari¬nas- o cómo las mujeres elaboran las preciadas esterillas con hojas de pandano.

Savail, el último ocaso del turismo aventura en Samoa del Pacifico


Para llegar a esta isla, la más grande y salvaje de la Polinesia -superada en tamaño sólo por la lejana Ilawai'i, es ideal navegar el estrecho de Apolima durante unas dos horas aproxima-damente. El ferry se toma en Mulifanua, en el extremo oeste de Upolu, pasado el aeropuerto de Faleolo, y nos deja en Salelologa, al sures¬te de Savai'i. La carretera que circunda la isla está en muy buen estado y encierra un interior agreste, de profundas e impenetrables selvas tropicales e inalcanzables montañas y cráteres de origen volcánico. A lo largo del recorrido se alternan aldeas tranquilas, playas desiertas y selvas de aspecto prehistórico con enormes heléchos arborescentes y cycas centenarias. Pero existen algunos lugares en los que resulta imprescindible detenerse. Uno de ellos nos espera con un paisaje sorprendente: los campos de lava de Mauga. No hay dificultad alguna para encontrarlos, pues la carretera los cruza de pleno. De repente tienes la sensación de encontrarte en otro planeta, en un mundo de suelos negros y brillantes sobre los que contrastan verdes brotes de arbustos, formaciones caprichosas que ofrecen el aspecto del magma todavía caliente. Más allá aparece un bonito pueblo llamado Satoalepa, y a escasa distancia quedan los humedales de Fagamalo, donde es posible alquilar una canoa y pasear relajadamente por el pantanal. Si alguien busca las legendarias islas de los Mares del Sur, sin duda aguí tiene lo que anhela.

En todo viaje existe uno de aquellos lugares especiales, a veces por su belleza o significado histórico y a veces por su particular ubicación geográfica. En el caso de Samoa ese sitio es probablemente la península de Falealupo, en el extremo oeste de Savai'i, y más concretamente el cabo Mulinuu, donde una playa desierta y bellísima, con aguas turquesas y altísimos cocoteros, es el escenario donde se sitúa el punto más occidental del planeta Tierra, el extremo oeste del globo, un lugar real y remoto cuyas connotaciones son inventiva del hombre y de su obsesión por medirlo todo. Antes de alcanzar este punto podremos haber visitado la reserva forestal de Falealupo, con sus gigantescos árboles banianos y cuevas formadas por la lava. Tras la península, nada como un baño en las playas de Neiafu, de las más bellas de Samoa. Más al sur, una pista sale a la derecha de la carretera, desde la aldea de Taga, en dirección a los agujeros naturales de viento formados en la costa de lava. En días de viento -casi todos aquí-, cuando las olas rompen contra la costa, el agua se introduce por estos conductos naturales y, empujada por las corrientes de aire, emerge de forma atronadora y espectacular varias docenas de metros sobre la superficie. Un espectáculo único que no debemos pasar por alto. Hacia el este, llegaremos a otra her-mosa aldea de nombre Gataivai, donde un río desemboca al océano en forma de cascada. El choque de las aguas vuelve a ser salvaje, como todo aquí, la tierra que el dios polinesio del cielo, Tangaroa, creó antes que el mar, el cielo, las selvas, las personas e incluso que el resto de la Tierra. Y es verdad que cuando estás en Samoa, parece que no exisla nada más excepto aquellas islas y tú mismo.

Mira el video de Samoa del Pacifico Turismo y mucha aventura